viernes, 6 de abril de 2012

Un barco en la boletta

Desde mi cuarto, podía oír las olas golpear las rocas bajo el pequeño desfiladero sobre el cual estaba nuestra casa. El mar gemía con una especie de fuerza contenida, con suavidad pero sin tregua, talvez para acallar mis lamentos o disipar mi vergüenza.


El solía venir por las noches cuando los fantasmas se apoderaban de su alma, cuando olvidaba mi nombre, cuando aborrecía mis palabras de amor y una necesidad iracunda le obligaba a arrancar de su cuerpo, todas las caricias y besos de otra época. Cada noche transformado por el odio, debía mostrarme el verdadero significado el amor, debía demostrar cuanto me amaba.

El manojo de llaves colgando de sus manos me anunciaban su venida, casi podía verlo devorar cada paso, cada uno de los metros del largo pasillo que lo separaba de la que había sido nuestra habitación hasta otra pequeña donde me encontraba confinada.

A medida que avanzaba, sus ojos se hacían cada vez más pequeños, su boca resecada por su aliento agitado, su cuello se hacía más ancho y los brazos, a cada segundo mas pesados.
Entrando a la habitación sus ojos me buscaban en la penumbra hasta hallarme en algún rincón de esta, no podía ocultarme totalmente de él. Sus ojos se veían cansados, apenas entreabiertos, quizás por la falta de sueño o por la ira.

Antes de encontrarse nuestras miradas, yo bajaba la cabeza, él me tomaba de las muñecas sin ningún cuidado y me jalaba hasta el ventanal, para cerciorarse con el reflejo de unas pocas estrellas, que aun fuera yo.
Yo mantenía los ojos cerrados y él revisaba cada uno de mis rasgos, buscaba alguna expresión que no le fuera familiar, alguna que no correspondiera a los únicos pensamientos que él esperaba de mi, alguno que le mintiera.
A veces sentía que sus labios rozaban los míos, pero bruscamente me lanzaba al suelo dándome la espalda, debía buscar en lo mas profundo de su ser, la fuerza para volverme a arrancar una frase de perdón.

Mi cuello ya tenía la forma de sus manos, mis ojos vaciaban la misma cantidad de lagrimas cada noche, lágrimas que humectaba las cicatrices de mis labios. Él mitigaba todo su dolor otra noche mas.
El no permitía que lo mirara a los ojos, yo lo prefería así. Temía que yo no le devolviera el mismo odio y solo le retribuyera con sentimientos de compasión, sentimientos que no calculaba en su plan de venganza, pues yo debía odiarlo para justificar su odio cada día. Solo existe el verdugo en presencia de su victima.

Se engañaba a si mismo, toda esa violencia no le provocaba placer y no lograba ocultarlo. Abandonaba la habitación y antes que la estrecha puerta se cerrara tras el, su cuerpo emanaba una gran amargura y frustración.

tal vez era yo la engañada y no lograba comprender el verdadero sentido de todo esto y él prefería cargar con tanto odio por lo dos, quizás su amor era tan grande que me libraba de la decadencia y corrosión que genera la venganza, dejando para mi solo  cicatrices en el cuerpo, mas no en alma, protegiéndome como a un barco en una botella.

Alicia Cecilia

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