martes, 24 de abril de 2012

Soledad




Abandonada en el desierto por mi propia manada, me he vuelto una loba, una bestia temerosa y hambrienta de desechos ajenos.

Vagabunda deambulo por las noches a la defensiva, apenas dormito, acecho la muerte.
He perdido mi instinto depredador, yazgo presa fácil de cualquier trampa de lobas.

Viajo a ninguna parte, llego tarde a una cita no acordada con quien no me espera, en una plaza que no existe, bajo un árbol que no ha germinado, una tarde que no llega.

Reconstruirme, armarme; se ha convertido en un ejercicio cada vez más dificultoso.
Siempre hay un trozo que se pierde, otro que se olvida. Ya no calzan como la primera vez, se han roído, se han hecho polvo.

En este último viaje de medianoche, las sábanas eternas y crueles me esperan para morder mi cuerpo y mi alma.

Sollozo tu nombre, la soledad me abraza y nada hay más allá.



Alicia Cecilia

Poesía






Acudo a tu llamado poesía, al llamado de tus estrofas
Con mi bandera arriada en un bolsillo de mi cartera
Te despliego entre el asta de mis sienes
Donde no te alcancen  las miradas agraviadas.

Acudo a tu llamado poesía, aun cuando mis palabras
sean acalladas por los temores que claman de vez en cuando
Gimen plegarias desde el alma
Todas descuidadas, una más loca que la otra
En prosa se trastocan desafiando luces y transeúntes.

Acudo a tu llamado poesía con entonación de rimas confinadas
Mas el desosiego  obsceno de mis deseos mas perversos
Se asoman como falso pudor pintado de azul
Mis sentimientos negros disfrazados de rojo  carmín
Mueren ocultos y  violáceos apenas  huyen del hueco de mis sesos

Acudo a tu llamado poesía a  espaldas del prestigio y el honor
Moribunda de pasión renuncio  a ser prócer o santa
A llevar distinciones o cualidades sensatas
Solo para liberar en colores y sabores
Mis metáforas mas libertinas y apasionadas.
Acudo a tu encuentro poesía con farsa  e hipocresía
Me sumerjo en el ritmo cadencioso de tus versos
Divago entre parábolas buscando  tus ojos, tus besos
Me escudo en cada letra para no pronunciar  tu nombre
nombre amado.






Alicia Cecilia

Mis retazos





Salgo desde ti
apenas me conozco.
      Soy los restos de mí
    retazos impalpables, invisibles
           no me reconozco.



Sin rodillas ni tobillos,
sin mejillas ni antebrazos.
Los montes de mi columna
los dedos de mis pies
se disiparon de a poco.

Perdí el ombligo
acopio de sudor y lágrimas.
Perdí las orejas
confidentes censuradas.



Mi nuca frondosa desenfadada
plácido escondite
una noche se quedó calva.
Los espejos de mis ojos
donde te mirabas,
la bahía angulosa
      de mi cuello y mi pecho,
.            hoy están clausuradas.

Invisible salgo de mi
sin quejas sin preguntas,
Salgo hacia ti con un lápiz
a remarcar el trayecto
que te lleve hasta mi.

           Alicia Cecilia

lunes, 9 de abril de 2012

Desde Almería, la gitana


Los últimos días en Valparaíso fueron hermosos e intensos, pero un viejo amigo que encontré en el Bar Cinzano, me recordó que mi viaje debía continuar. ¿Y cómo hacerlo? si el multicolor paisaje de Chile, su desierto y su océano me apresan una y otra vez en una especie de nube sensual. La desvergonzada capital me paraliza, sobria y eficiente de día, licenciosa y permisiva de noche, y que decir de su gente, que aparenta dormir, pero se entrega placida al primer transeúnte con aliento nostálgico.

Pensar en la travesía hacia el viejo continente, ya consume las pocas energías que me restan, no es cosa de horas, de transbordos, sino de estados de ánimo como dice Benedetti. Ni inmóvil, ni paciente, ni conforme, menos serena en mi confianza de lo que quisiera, será un viaje hacia mi interior, un cerrar etapas y entreabrir otras, dejar vivencias y buscar otras, adormecer un amor, quizás hallar otro.

A pocas horas de llegar a España, un antiguo vicio me seduce, me invita a una pausa, mi corazón de pronto se vuelve alegre, enamorado y no puedo pensar en otro lugar que no sea la Provincia de Almería, sus atardeceres rojos, su alma de marinero, de cantor y embustero, su pecho morisco, sus ojos aceitunos y su aliento arábigo.

España me ha acogido muchas veces, la cómplice, alcahueta y bulliciosa, la que según Juan Carlos Calderón, huele a caña, tiene la piel dorada y es marinera, la que sabe a hierbas, es perezosa y ensoñada, que tiene aire gitano y mira al mediterráneo.


Dice Borges que a España la tenemos enquistada, como él la tenía en su pluma, la de la otra guitarra, la desgarrada. España, no la humilde, la que es nuestra, la de los patios, la de piedra piadosa de catedrales y santuarios. Ligera y desnuda, toco su suelo sin equipajes, hja de otro mar, de otros valles, otros salares. Mendigo por el camino que he de caminar, el camino de Machado, el que solo se hace al andar.
Llego a la tierra de la hombría, a la de inútil coraje, voy con el corazón temblando, trémula como las estrellas en el cielo, débil aletarga por una senda flotante entre las flores de un jardín que se pierde en el alma de la niebla mediterránea.


Sus místicos faros custodios, guían mi llegada, sus curvas estructuras me rozan atrevidos y oferentes. Elegir alguno para reposar mi cuerpo ensangrentado, invitan y encantan a mi femenina soledad.

Su luz penetrante me lacera como navaja, me troncha las alas, mi nostalgia se arrulla, morada en el pecho de un varón recio que respira entre los alcázares montañosos, allí espero recuperar la confianza de esta piel gastada y resquebrajada que se ha desangrado preguntando.


¡Un sueño sin fin!, por él me he convertido en polvareda vagabunda, lánguida de tanto andar y preguntan a cada flor, a cada semilla. No es una obsesión, es solo un anhelo misterioso que muerde mis labios, torna mi cobardía heroica y como un perfume embriagador, me entrecorta hasta la palidez.


Por la mañana, cuando al hambre que solo deja el buen amor, lo despierta el aroma de las tapas frías y calientes, los vinos y las cervezas que desde el alba deambulan por las calles de carácter musulmán, se presenta la inevitable pregunta.


¿Qué es el amor?, tal vez me lo digan sus callejones estrechos y laberínticos o su vega de dulces cultivos de naranjas y uvas.


Del amor conozco los secretos, enemigo de los placeres que entre dos ahogan sus amarguras, pobres y reyes, santos e infames, pero no tengo intenciones de ofrecer los amores que no quieren, ofrezco solo mi poesía, oro del mundo de los despreciados.


En el áureo fluir del mediodía, ebria entretejida entre cuerpos agónicos, flor en la orgía, amante sin amores, sonrisa loca, todavía sabré de la pena de tu desamor, mis labios sabrán de la amargura de tu boca besando la de otra.


¿Alguien lo conoce?, pregunto desnuda al espejo del mar espumoso, a las eternas arenas, a las tranquilas moles seculares de La Alcazaba, a las siluetas andaluzas y moriscas, a las pupilas negras, a las cabelleras morenas que se ocultan bajo la mantilla y el chador.


¡Todos conocen el amor!, responden las espinas de un jardín empapado de dolor, áspid venenoso que sabe emponzoñar al noble pecho generoso del que pretenden alentar. Letal traidor, ceguera abismante, olor a muerte que recorre los caminos en busca de corazones confundidos.


La tarde comienza a caer, la espina aún en mi corazón no logro arrancar por miedo a perder el corazón. Ante mis ojos, surcos de olas negras con mi pena a solas, igual que un muerto sobre una barca en un ataúd, pasa el resto de mi juventud enlutada y sin fe.


Al final del día me animan los tambores andaluces que se preparan para Semana Santa, tocan los cofrades. La saeta de Machado suena Serrat tras el Cristo de las Penas, bailan y cantan los gitanos. Sobre las carrozas coronadas de flores, en La Procesión del Encuentro beben el licor que hace olvidar todas las dichas de la vida, menos la del amar.


No hay mayor locura, sanchos y quijotes llevan sus estandartes tras El Jesús Resucitado, yo llevo arriada la bandera de mi poesía, mi voz sofocada en el abismo de sus propias penas, mis ojos relucen enjambrados de lágrimas por esta historia que nunca acaba.


Mañana amanecerá y yo estaré otra vez completamente sola mirando el horizonte hacia aquella línea que nunca alcanza su final, crucificada desde la altura por el delirio de un amor que ha muerto en el camino, matando este corazón y este cuerpo mío.


Hasta pronto
Alicia Cecilia 

domingo, 8 de abril de 2012

Soy mujer, soy puerto, soy Valparaíso



De lo simple he nacido, amiga de magos, buceadora de sueños, mimada incurable, aturdida de ilusiones, pero para ti siempre seré la misma, la que canta y gime, la de la risa y la lágrima, la que desde este mágico puerto de Valparaíso, te demanda.
Tú vendrás gaviota desde otro puerto y yo te esperaré aquí, mujer ave, pletórica de fantasías, elevándome en el espacio con el impulso de mis alas en verso, pasajera atemporal en el viaje paralelo de tu vida trazada, saldré a tu encuentro. 
vendrás desde la pampa, amplia y abierta llanura que se extiende en infinita sabana por cuatro puntos cardinales, donde la mirada es capaz de abrazar el inmenso horizonte y su línea azulada se confunde con el cielo diáfano sin una sombra de nubes en su bóveda gigantesca.
Vendrás desde el mediodía eterno, de la poderosa potencia, desde el sol del hemisferio austral, vendrás desde el polvillo arrojado como fuego sobre la tierra, como el calor arrogante que tiene al silencio por esclavo, vendrás de ese mar inmóvil e impasible, donde los objetos se perciben a gran distancia, apenas asoma algo en el horizonte, la vista lo atrapa y poco a poco su forma va esbozando. Atravesarás las quebradas, los montes y las colinas de tu pampa amada para aceptar la invitación de este puerto vigía en vigilia eterna, hechicero de corazones turbulentos, umbral surrealista del Pacifico Sur.
La brisa fresca y melodiosa viaja en funiculares entrometidos que suben y bajan de sus cerros  curioseando de reojo en los patios de las casas que se cruzan en su trayecto como si miraran hacia el mar. Los días se acicalan para la noche como las mujeres de los burdeles que se travisten de lo indescifrable e incierto, disimulando casi con ira, bajo el maquillaje espectacular, la nostalgia encarnada de promesas de los que partieron sin regresar.
Los preparativos de nuestra fiesta ya se oyen y como los tonos de un piano taciturno; cuarenta y dos cerros suspiran en una improvisada composición que danza por los palcos, por estrechas callejuelas y escaleras zigzagueantes hasta las cumbres del tedio matutino.
Sé que llegaras de noche, suelen unirnos las noches, las estrellas, la brisa de los amaneceres, llegarás con la planicie despoblada descansando en tus ojos, el inmenso desierto reinando tus pasos y el atardecer entregándose impávido a tus abrazos prolongados desde el salitre y la sal. Yo extenderé los míos con collar de caracolas, colmaré mis pechos de trincheras y rincones laberínticos, con juramentos de sensaciones impetuosas coronaré tu cabeza de hombre, pirata y corsario.
Se apronta el atardecer en la bahía subyugante, sobrecogedoras tonalidades rojas y violetas juguetean entre los botes, entre las lanchas de pesca de la albacora y los gigantescos cargueros. Desde sus orgullosos miradores casi sin proponérmelo, planeo mi vuelo hacia ti, hacia el Sol que me guiña con su último haz de fuego, ahogándose en el mar tras una promesa de libertad.
La noche engalanada destella por completo, las luces comienzan su ascensión desde el mar hacia los cerros, orfeón de candilejas saludando a las estrellas, espectáculo sobrecogedor que invita a caminar por entre faroles imaginarios. Presiento entre ellos tus ojos cristalinos, espejos certeros de mis deseos contenidos, tus manos blancas, suaves lomas nortinas, el tesón de tu frente lúcida, presiento tu pecho repleto de masculinidad probada, tus latidos febriles brotando desde tu voz dulce que despiertan pasados ímpetus, entregas y arrebatos.
Juntos haremos el recorrido del Poeta acompañados de viejos músicos exaltando clásicas sonatas, tangos y boleros. Nos conducirán por mágicos cafés y restoranes escondidos entre cerros, ostentando fachadas y caretas de un vivir lánguido y disipado. Apretadas mesas nos esperarán con envolventes y seductoras conversaciones. Sugerentes e irresistibles se presentarán exóticas la merluza y el salmón. Añosas fotografías e indiscretos afiches serán testigos de nuestro encuentro. Descoloridas películas sobrevivientes, nos incitarán amantes a viajes más intrépidos y temerarios. Para desentrañar los secretos de sus poemas, ascenderemos a su morada y allí gozaremos nuestros cuerpos, beberemos de su consagración lírica, brindaremos con vino añejo vertido entre las manos, entre las bocas, cada uno de sus versos embriagados.

Tus ojos me llevarán reina hasta el fondo de un mar de nácar puro, tus besos, uno a uno tallaran mi corona en cristal de roca, sonarán mis ríos, se confundirá nuestra sangre. Tu risa clara sacudirá las campanas del cielo, nuestro himno llenará el mundo  incendio de pasión, arrasaremos la neblina y la aurora, doblaremos la última esquina de estos cerros surcados de placeres y despedidas.
La mañana perezosa nos detendrá, nos llamara por nuestros nombres, Ya es hora, nos dirá, es hora de embarcar, entonces Farewell, dejaré tus brazos, desde tu corazón me dirá adiós un niño y yo le diré adiós.

Alicia Cecilia.           
Alejandría, 10 de Septiembre de 1970 (Mis cartas)

Estimado Alberto, con gusto, esperaré el día de su llegada en el café que menciona en la Medina de Rabat. En estos días que he recorrido la ciudad, le contaré que Alejandría aguarda por todos aquellos que quieren sentirse seducidos por sus laberintos exóticos y afomáticos, que entremezclan droguerías, hornos de pan, alfombras y tapices insunuantes que invitan a volar sobre ellas. Sus minúsculos anaqueles repletos del colorido del comino, la cúrcuma, el azafrán, y la canela, evocan inusitadamente los lienzos de Mondrian en los que rojos, azules y amarillos gimen intensamente en medio de embriagadores aromas.
Especialmente encantadas han sido mis caminatas hacia un pequeño souqs o mercado, entre transeúntes de rostros morenos y ojos aceitunados, con sus bolsas repletas de verduras, pescados envueltos en plástico, frutas secas, carnes ahumadas, quesos y cecinas que se adivinan en los envases. Tantos aromas penetrantes, me obligaban a sentarme en cada esquina del mercado, mientras la muchedumbre aumentaba con el aire fresco del atardecer.
En una ocasión, estuve algo afiebrada por algo que comí en uno de los mercados y retorné al hotel entre febriles espejismos de laberintos infinitos y jardines barrocos enrevesados, pero placenteros, hechos a la medida del hombre y no del Minotauro.
Mis pasos se alejaron del enjambre humano de los mercados, pero parecía no avanzar cuando tras de mi, unas pisadas se me acercaban furiosa y decididamente.
No me atreví a voltear pero percibí a la bestia, sediento, iracundo, que en frenética carrera, se golpeaba contra los estrechos callejones de blancas paredes aterradas. Yo trataba de correr pero aquel laberinto de alfombras serpenteantes apresaba mis pies, haciéndome tropezar a cada instante hasta que sin más fuerza y voluntad. Me rendí frente a una de las tantas puertas de colores y el animal enloquecido se posó con violencia sobre mi cuerpo empapandolo de sudor. Me ahogo con sus resoplidos poderosos y bebio hasta el último hálito de conciencia que mantenía antes de desmayarme.

La noche finalmente nos descubrió interrumpiendo la frenética e inexplicable pugna de pasión entre Pasifae y el Toro sagrado. El embrujo de la luna, extinguió al macizo animal tendido sobre mí, dando paso a una figura renacida, un hombre encapuchado que me alumbró el camino con un farol de luz amarillenta, en dirección a la Calle Belnaoui, hasta la puerta de mi hotel.

Alejandría por siglos ha sido así, siempre insinuándose, como Justine, de Durrell, la más ramera entre todas las ciudades me esperaba. Respiré hondo, tomé mis cada vez más reducidos bultos y emprendí el retorno. Al día siguiente de mi llegada y sin el efecto de los adormecedor laudano, volví a mi antigua costumbre de caminar los atardeceres, mientras el Sol se pega sobre las velas de los barcos en la bahía, rumbo al horizonte.

En el malecón de La Corniche y sus aires marinos reviví la dulce brisa de nuestro malecón habanero que estoy segura, ambos recordamos con nostalgia. Mi alma se tranquiliza a medida que cae la noche y empiezan a encenderse las farolas que se reflejaban en el pavimento mojado después de una cálida tarde de lluvia, como las que inesperadas caen en la Habana.

La atmósfera aquí siempre es húmeda y lo bañaba todo, incluso mi vestido de tules blancos que sutiles acarician mi piel y esconden apenas mis pechos y mi vientre. Me siento una auténtica hija de Alejandría, los latidos de mi corazón se confunden con el paisaje, con el aire de extenuación y que sin ser ni griega, ni siria, ni egipcia, es apenas la sangre, la raza de deseos universales por entregarme al Sol y quemarme en su flama.

En pocos lugares del Mediterráneo el pasado parece un sueño tan mal recordado como en esta ciudad lánguida que se recoge a la caída de la noche, olvidando la historia de su fundador, Alejandro Magno, la historia de un deseo no satisfecho, vuelve a repetirse.
Aún hoy, Alejandría hace gala de su poder de estimulación, de creación de una ciudad poética, protegida y mimada por los sensuales versos del gran Kavafis que me traspasan con sus ojos escondidos bajo sus gafas. Sus poemas eróticos saturan el aire, arde una sensualidad desbocada y romántica de decadencia y malditismo y una inteligencia perversa gobierna la efusión de las pasiones, la fiesta de los instintos representada en el verso. 
Cómo librarme para siempre de esta ciudad atestada de cafetines y tabernas donde se fraguan los ardientes encuentros, los primeros escarceos, los tráficos mercantiles que preceden los acoplamientos afiebrados de los amantes de ocasión en casas de cita cuya sordidez y mugre aderezan el gusto de los exquisitos.
Cómo abandonar la adiccion de buscarle en cada café, pero ¿cómo puedo encontrarlo aquí?, si no es posible ver a hombres y mujeres, sino solo hombres o mejor dicho, adolescentes que se aman entre ellos como en los poemas de Kavafis disfrutando del goce sexual con la buena conciencia de dioses paganos que  transforman las utopías a estados supremos de vivir y de gozar, de romper los límites de la condición humana y acceder a una forma superior de existencia, de alcanzar una suerte de espiritualidad terrenal, a través del placer de los sentidos, de la percepción y disfrute de la belleza física.
En fin, Alejandría, escenario previo a la muerte, inmutable, indiferente a la suerte de sus habitantes, aún me quiere convencer de su grandeza, donde un ser humano llega como los místicos en sus trances divinos, a la altura de los dioses, a ser también un dios, al menos, hasta que amanezca otra vez.

Alicia Cecilia.            

De Alejandria a La Habana (Mis Cartas)

                                                                                       
 La Habana, 02 de Octubre de 1976
 



Querido Alberto, que bueno es saber que Rafael tuvo un amigo como usted, que lo acompañó en sus últimos minutos. Si me lo permite, también compartiré con usted los últimos momentos que viví con él.
Era la última noche juntos e hicimos el amor en silencio. Nuestros besos tenían sabor a despedida, y nos inquietaba el destino que pudiéramos tener al separarnos. Yo me quedaría en la Isla y el se marcharía a engrosar las filas de una revolución que en ese momento, parecía no haber poder que pudiera doblegarla. Desnudos contemplamos desde un balcón el mar rumoroso y el cielo estrellado confundirse en un horizonte imaginario.
La noche olía a salitre y a tierra húmeda, la brisa nos despeinaba y jugueteaba con el humo del cigarrillo de Rafael. En lo profundo de mi corazón había un presentimiento afilado que mi vida se detendría esa misma noche.  A lo lejos se veín muros trizados y sin estuco, ventanales rotos, tejas corridas, jardines mustios, la vegetación brotaba salvaje, agrietando paredes y corazones.
Ambos llegamos a esta tierra de lomajes suaves e inmensamente verdes, de cielos azules y gente alegre. Comenzaríamos una nueva vida, una nueva existencia con auténtico sentido de lucha y entrega a los intereses del pueblo; justicia, equidad y solidaridad. Yo seguiría con mis estudios de literatura y Rafael combinaría los suyos con el trabajo, gratuitamente por cierto ya que las puertas de las universidades estaban abiertas a todo su pueblo y a todo el que sintiera el llamado a combatir el embate imperialista desde el flanco intelectual.
La foto que usted menciona, la tomó el mismo Rafael el primer día de clases en medio de una marea bulliciosa y rojiza de banderas de la patria. Los discursos golpeadores y combativos, los fervorosos gritos de apoyo a la FEU, a la Revolución y al Comandante, hacían vibrar la tierra.
Al amanecer nos despedimos con un beso extenso y ojos llorosos. Yo sabía que su promesa de regreso, estaba condicionada por el éxito o el fracaso de las tácticas aprendidas en el Instituto Militar, y él podría ser uno de los que se esfuman dejando atrás una estela de misterio y silencio, sin que nadie se atreva a preguntar o a hablar de ellos.
Eran cientos de cubanos que abandonaban sus estudios y puestos de trabajo para marchar a África, donde la vida verdaderamente duele, como usted mismo dice. Combatientes voluntarios, muchos no retornarían en su intento por ser fieles al internacionalismo proletario, serviendo de abono en tierras lejanas.
El silbido de las turbinas de los aviones que transportaban a los soldados, podían oírse desde lejos por varios minutos. Uno tras otro abandonaban la isla. ¿Leyó ustde la novela De Ernest Hemingway?, ¿Por quien doblan las campanas?,  Rafel y yo la leímos muchas veces , "mientras uno de nosotros viva, viviremos los dos", era una de nuestras frases predilectas y así juramos mutuamente.
Meses mas tarde el Ministerio del Interior me notificó de la muerte de Rafael, no por respeto a su condición de voluntario, sino para disponer de sus beneficios y otorgarlo a otro servidor de la revolución, pensé que podría continuar construyendo los sueños de ambos, pero estos sueños han envejecido y se han resquebrajado hasta convertirse en estados etéreos de ausencia y miseria profunda.
Amigo Alberto, no me imagine usted en un paraíso o en un oasis, este es apenas un espejismo, aquí no caen los morteros, las granadas, ni despertamos con angustiantes sirenas de ataque, pero vivo entre quimeras desgastadas y descoloridas, aferrada a la brisa del mar que va y viene, pero que no lleva a ninguna parte. El sol sale y se esconde, sin que yo pueda acompañarlo en su fuga hasta el ocaso.
Me cuesta entender cómo hemos logrado sostener esta conversación epistolar, pero si parezco algo paranoica, es que aquí se las han arreglado para saber hasta qué soñamos, o simplemente por qué dejemos de soñar.
Agradezco la gentileza que ha tenido de narrarme las últimas horas de Rafael, puedo ver que como me lo prometió, siempre me llevó en su corazón. Créame amigo, que sus palabras llenas de esperanza, son la barca que me he negado a abordar. Tal vez hoy cuente con el valor para ir en busca de un último y atesorado sueño de libertad.
Siga usted en busca de sus sueños, tal vez algún día nos encontremos en la orilla de otra playa, de otro mar.

Fraternalmente Alicia.

PD. Guarde mi fotografía. El mundo no es tan grande y quizás pueda reconocerme. 

 

viernes, 6 de abril de 2012

La partida

He zarpado muchas veces desde un muelle descolorido, triste y sentenciado. Otra vez me marcho con el recuerdo latente de la última cita con el amor y la demencia, anfitriones esplendidos del ceremonial que anuncian la víspera de mi muerte. Dejo mi residencia y me marcho con el alma devorada y la carne desgarrada por los clavos de entregas incesantes. Dejó las puertas clausuradas, las ventanas cerradas, he obsequiado los cristales biselados, los sitiales de mármol y he liberado las alondras de ébano.


Alguna vez, tal vez me iré sin quedarme, me iré como quien se va.(1). En la barca milagrosa de Delmira, emprendo el viaje y navego sin rumbo hacia la embriaguez de la tarde, la seducción de la noche, la algarabía del amanecer. Alzo los brazos, la espada y el lirio entre las manos. De noche, en la proa mantengo la lámpara encendida de Alfonsina. Invoco a las caracolas marinas para que guíen mi paso por la espuma rosada, hacia la conquista de mi voluntad moribunda.
Llévame mar, sobre ti, dulcemente, por que voy dolorida. Ay barco, no te tiemblen los costados, que llevas a una herida.(2)


Contra barlovento, desato mis cabellos, mi piel y mi sangre del lazo opresor, hasta que expire de inanición el amor, alimento de miedos y soledades de mi mente arqueada e histérica. Amor de tránsito incierto, agresor como el fuego de los brotes de mi libertad desmurallada y reconquistada en versos incansables.


En la tierra seremos reinas y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas al mar.(3) Con las velas henchidas y confiadas he de llegar vestida con alas a una nueva playa, suave como almohada, fragante como azafrán, calida como Andalucía a apoyar en la orilla mi rostro de niña fragante a promesas incumplidas, donde las olas purgarán mi alma y recobraré mis equidistantes armonías de mujer anhelante.


Alicia Cecilia.


 (1)Árbol de Diana, poema 33, A. Pizarnik, (2) Del barco misericordioso, Desolación, G. Mistral, (3) Todas íbamos a ser reinas, Tala, G. Mistral.      

Mis Odas






Oda a mis pies

Ni Pequeños ni cansados
No duermen fatigados
Viajeros trotamundos
Sin destino sin rumbo
                                                                 Sueñan esperanzados
  
No le gustan los zapatos
Los cordones ni los tacos
No son de este mundo
Duermen mejor solos
que acompañados


                                                                No necesitan bálsamos
Solo dormitar y estar preparados
Correr tras un sueño
Que nadie haya soñado


Andar los caminos
Que no hayan andado
       Es todo lo que en la vida
      han deseado       






Oda  a tu adiós


Tu palabra a la distancia
No tiene traducción
Un golpe de escarcha
Me invade como nieve.
Tu voz se atrapa en mi garganta
Agoniza tu nombre
Un quizás, un tal vez
Pesan tanto como el no
Un no rotundo hace eco
En medio de mi corazón.

Mis quejas sin resonancia
Fallecen sin aliento
Las promesas se pierden
En remolinos de viento

Mis manos ya no te buscan
Se secan en la orilla de una playa
Donde no llega el agua
Donde no llega la espuma
Donde solo queda
El contorno de tu mano
Marcada en la arena





Oda  a la sal


No sería tan orgulloso el salar
No seria tan engreída la pampa
Sin ti semillita de chañar

No vestiría diamantes
El piso rojizo del valle lunar
Sin ti costrita de sal
No sería tan dulce
Mi boca hecha manjar
Sin ti juguito de cañaveral

El planeado vuelo de las mariposas

Nací en aquella casa cuando aún vivía mi abuelo, un viejo marino mercante que en sus tiempos de juventud recorrió todo el mundo. De niña oí sus fantásticas historias de mar, sentada sobre sus piernas frente a la ventana que daba a una de las calles llegaban al puerto.

Crecí junto a esa ventana, mirando a las prostitutas que cada atardecer pasaban frente a ella, en su habitual recorrido cerro abajo en un alborotado planeo hasta el puerto. Sus rostros multicolores, sus trajes ceñidos y brillantes, al igual que sus chispeantes y alegres risas, parecían no desgastarse con el tiempo. Una espacie de eterno encantamiento las poseía.
Bajaban en pequeños grupos. Sus bocas labradas en tonos granates, se veían desde lejos, sus cabellos dorados, negros y cobrizos, los terminaba de peinar la brisa del mar. Hoy soy una mujer y mi abuelo se marcho hace muchos años, pero sólo los nombres han cambiado. Aún me parece ver a "La "Julia", la primera en pasar, una rubia petiza y corpulenta, que mí abuelo llamaba Jurema. Esta siempre tomada del brazo de "La Palillo" y "La Polla". Unos minutos más tarde bajaban al puerto el grupo de "La Cleopatra", una colorína flacucha, tamaño estandarte, a quien muy pocas veces pude oír, pues siempre estaba en compañía de un par de maricas de voces estridentes.
_"Mala junta, en estos no se puede confiar", decía mi abuelo al verlos pasar completamente vestidos de mujer.
No me asombraba la familiaridad con que mi abuelo trataba a estos personajes, por el contrario,  todos fueron actores de sus entrañables y fantásticas historias.

Unas semanas después de la muerte de mi abuelo, me levanté antes del alba y fui hasta su cuarto. La cama siempre bien tendida. Su gorra de marino bien cepillada dentro de una bolsa plástica sobre la vieja comoda, me hizo recordar que la lució el último domingo que fuimos hasta la plaza de armas.

Me dirigí hacia la ventana, ya casi aclaraba, cuando oí el murmullo apagado de unas voces familiares bajo la ventana  ¡Apúrate!, debe tener la plata en las botas, dijo uno. _ ¡Sácale tú la otra! dijo el otro tomándola por los pies

Una mujer parecía dormir con la cabeza apoyada en un charco de color rojo como su cabello. Dos travestis la desvestían mientras su rostro se veía extremadamente pálido, resaltaban sus ojos y su boca colorida como los dibujos en las alas de las mariposas

Alicia Cecilia

La batalla del amor

El amor, un campo de batalla donde mi cuerpo es atravesado por miles de espadas agresoras, donde mi imaginario se viste con las banderas de mis enemigos.
La voz del amor entona arengas revolucionarias y mis surcos sanguíneos y resecos bullen desde lo profundo.

Desde mis trincheras y socavones, he defendido incansable su escencia libre. He fundido mis armas en el fuego de opulentas imágenes eróticas para que luego, en la gesta heróica, alcanzen su máxima bravura.
Estocadas fatales han hecho trizas el escudo de mis certezas más de una vez y de muerte me han herido, pero como asta, desde el suelo me he izado elevando los trofeos conquistados. Batalla tras batalla lucho enceguecida. Mi ímpetu, ademán instintivo me alienta en cada disputa.

Me azuzan proclamas e himnos de vidas pasadas. Dulce Poesía, como un rompecabezas, se unen los trozos del mapa de mi cuerpo fracturado.

En mis acometidas no hay lugar para el miedo, el espanto, o la negación, solo caben la gallarda bravura de valientes guerreros ancestrales, que incesantes, mercenarios me demandan.
Como la más temeraria y demandante, me proyecto jabalina hacia el vértigo que produce el deseo y el rechazo. Con el fantasma del amor a cuestas, reanimado por un frenesí convulsivo, me entrego al abismo profundo sorteando la vida y la muerte.
Rito repetido e invariable por millones de años, los alacranes se anudan en una danza nupcial sellada con un beso mortal; yo también en medio del amor y el miedo he copulado.
¿Qué buscamos en esta cruzada hombres y mujeres? La respuesta me amordaza, me paraliza y me hace volver la mirada. Quizás el desafío delirante de apoderarnos de nuestros cuerpos y erigirnos jueces de nuestras propias sensaciones, o simplemente la búsqueda del goce que brinda el egoísmo morboso de la sobrevivencia sobre un otro.


Entonces, cuando el deseo ha cesado, cuando el ocaso trae la tregua y la luna hace el recuento de los cuerpos liberados en tan deliciosa embestida, yo recorro descalza el campo ensangrentado, y solo han quedado los espectros y las sombras alienadas de promesas sin cumplir, y cientos de historias de amor, yaciendo agónicas y cercenadas aún antes de vivir.


Alicia Cecilia.