lunes, 9 de abril de 2012

Desde Almería, la gitana


Los últimos días en Valparaíso fueron hermosos e intensos, pero un viejo amigo que encontré en el Bar Cinzano, me recordó que mi viaje debía continuar. ¿Y cómo hacerlo? si el multicolor paisaje de Chile, su desierto y su océano me apresan una y otra vez en una especie de nube sensual. La desvergonzada capital me paraliza, sobria y eficiente de día, licenciosa y permisiva de noche, y que decir de su gente, que aparenta dormir, pero se entrega placida al primer transeúnte con aliento nostálgico.

Pensar en la travesía hacia el viejo continente, ya consume las pocas energías que me restan, no es cosa de horas, de transbordos, sino de estados de ánimo como dice Benedetti. Ni inmóvil, ni paciente, ni conforme, menos serena en mi confianza de lo que quisiera, será un viaje hacia mi interior, un cerrar etapas y entreabrir otras, dejar vivencias y buscar otras, adormecer un amor, quizás hallar otro.

A pocas horas de llegar a España, un antiguo vicio me seduce, me invita a una pausa, mi corazón de pronto se vuelve alegre, enamorado y no puedo pensar en otro lugar que no sea la Provincia de Almería, sus atardeceres rojos, su alma de marinero, de cantor y embustero, su pecho morisco, sus ojos aceitunos y su aliento arábigo.

España me ha acogido muchas veces, la cómplice, alcahueta y bulliciosa, la que según Juan Carlos Calderón, huele a caña, tiene la piel dorada y es marinera, la que sabe a hierbas, es perezosa y ensoñada, que tiene aire gitano y mira al mediterráneo.


Dice Borges que a España la tenemos enquistada, como él la tenía en su pluma, la de la otra guitarra, la desgarrada. España, no la humilde, la que es nuestra, la de los patios, la de piedra piadosa de catedrales y santuarios. Ligera y desnuda, toco su suelo sin equipajes, hja de otro mar, de otros valles, otros salares. Mendigo por el camino que he de caminar, el camino de Machado, el que solo se hace al andar.
Llego a la tierra de la hombría, a la de inútil coraje, voy con el corazón temblando, trémula como las estrellas en el cielo, débil aletarga por una senda flotante entre las flores de un jardín que se pierde en el alma de la niebla mediterránea.


Sus místicos faros custodios, guían mi llegada, sus curvas estructuras me rozan atrevidos y oferentes. Elegir alguno para reposar mi cuerpo ensangrentado, invitan y encantan a mi femenina soledad.

Su luz penetrante me lacera como navaja, me troncha las alas, mi nostalgia se arrulla, morada en el pecho de un varón recio que respira entre los alcázares montañosos, allí espero recuperar la confianza de esta piel gastada y resquebrajada que se ha desangrado preguntando.


¡Un sueño sin fin!, por él me he convertido en polvareda vagabunda, lánguida de tanto andar y preguntan a cada flor, a cada semilla. No es una obsesión, es solo un anhelo misterioso que muerde mis labios, torna mi cobardía heroica y como un perfume embriagador, me entrecorta hasta la palidez.


Por la mañana, cuando al hambre que solo deja el buen amor, lo despierta el aroma de las tapas frías y calientes, los vinos y las cervezas que desde el alba deambulan por las calles de carácter musulmán, se presenta la inevitable pregunta.


¿Qué es el amor?, tal vez me lo digan sus callejones estrechos y laberínticos o su vega de dulces cultivos de naranjas y uvas.


Del amor conozco los secretos, enemigo de los placeres que entre dos ahogan sus amarguras, pobres y reyes, santos e infames, pero no tengo intenciones de ofrecer los amores que no quieren, ofrezco solo mi poesía, oro del mundo de los despreciados.


En el áureo fluir del mediodía, ebria entretejida entre cuerpos agónicos, flor en la orgía, amante sin amores, sonrisa loca, todavía sabré de la pena de tu desamor, mis labios sabrán de la amargura de tu boca besando la de otra.


¿Alguien lo conoce?, pregunto desnuda al espejo del mar espumoso, a las eternas arenas, a las tranquilas moles seculares de La Alcazaba, a las siluetas andaluzas y moriscas, a las pupilas negras, a las cabelleras morenas que se ocultan bajo la mantilla y el chador.


¡Todos conocen el amor!, responden las espinas de un jardín empapado de dolor, áspid venenoso que sabe emponzoñar al noble pecho generoso del que pretenden alentar. Letal traidor, ceguera abismante, olor a muerte que recorre los caminos en busca de corazones confundidos.


La tarde comienza a caer, la espina aún en mi corazón no logro arrancar por miedo a perder el corazón. Ante mis ojos, surcos de olas negras con mi pena a solas, igual que un muerto sobre una barca en un ataúd, pasa el resto de mi juventud enlutada y sin fe.


Al final del día me animan los tambores andaluces que se preparan para Semana Santa, tocan los cofrades. La saeta de Machado suena Serrat tras el Cristo de las Penas, bailan y cantan los gitanos. Sobre las carrozas coronadas de flores, en La Procesión del Encuentro beben el licor que hace olvidar todas las dichas de la vida, menos la del amar.


No hay mayor locura, sanchos y quijotes llevan sus estandartes tras El Jesús Resucitado, yo llevo arriada la bandera de mi poesía, mi voz sofocada en el abismo de sus propias penas, mis ojos relucen enjambrados de lágrimas por esta historia que nunca acaba.


Mañana amanecerá y yo estaré otra vez completamente sola mirando el horizonte hacia aquella línea que nunca alcanza su final, crucificada desde la altura por el delirio de un amor que ha muerto en el camino, matando este corazón y este cuerpo mío.


Hasta pronto
Alicia Cecilia 

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