viernes, 6 de abril de 2012

El planeado vuelo de las mariposas

Nací en aquella casa cuando aún vivía mi abuelo, un viejo marino mercante que en sus tiempos de juventud recorrió todo el mundo. De niña oí sus fantásticas historias de mar, sentada sobre sus piernas frente a la ventana que daba a una de las calles llegaban al puerto.

Crecí junto a esa ventana, mirando a las prostitutas que cada atardecer pasaban frente a ella, en su habitual recorrido cerro abajo en un alborotado planeo hasta el puerto. Sus rostros multicolores, sus trajes ceñidos y brillantes, al igual que sus chispeantes y alegres risas, parecían no desgastarse con el tiempo. Una espacie de eterno encantamiento las poseía.
Bajaban en pequeños grupos. Sus bocas labradas en tonos granates, se veían desde lejos, sus cabellos dorados, negros y cobrizos, los terminaba de peinar la brisa del mar. Hoy soy una mujer y mi abuelo se marcho hace muchos años, pero sólo los nombres han cambiado. Aún me parece ver a "La "Julia", la primera en pasar, una rubia petiza y corpulenta, que mí abuelo llamaba Jurema. Esta siempre tomada del brazo de "La Palillo" y "La Polla". Unos minutos más tarde bajaban al puerto el grupo de "La Cleopatra", una colorína flacucha, tamaño estandarte, a quien muy pocas veces pude oír, pues siempre estaba en compañía de un par de maricas de voces estridentes.
_"Mala junta, en estos no se puede confiar", decía mi abuelo al verlos pasar completamente vestidos de mujer.
No me asombraba la familiaridad con que mi abuelo trataba a estos personajes, por el contrario,  todos fueron actores de sus entrañables y fantásticas historias.

Unas semanas después de la muerte de mi abuelo, me levanté antes del alba y fui hasta su cuarto. La cama siempre bien tendida. Su gorra de marino bien cepillada dentro de una bolsa plástica sobre la vieja comoda, me hizo recordar que la lució el último domingo que fuimos hasta la plaza de armas.

Me dirigí hacia la ventana, ya casi aclaraba, cuando oí el murmullo apagado de unas voces familiares bajo la ventana  ¡Apúrate!, debe tener la plata en las botas, dijo uno. _ ¡Sácale tú la otra! dijo el otro tomándola por los pies

Una mujer parecía dormir con la cabeza apoyada en un charco de color rojo como su cabello. Dos travestis la desvestían mientras su rostro se veía extremadamente pálido, resaltaban sus ojos y su boca colorida como los dibujos en las alas de las mariposas

Alicia Cecilia

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