domingo, 8 de abril de 2012

De Alejandria a La Habana (Mis Cartas)

                                                                                       
 La Habana, 02 de Octubre de 1976
 



Querido Alberto, que bueno es saber que Rafael tuvo un amigo como usted, que lo acompañó en sus últimos minutos. Si me lo permite, también compartiré con usted los últimos momentos que viví con él.
Era la última noche juntos e hicimos el amor en silencio. Nuestros besos tenían sabor a despedida, y nos inquietaba el destino que pudiéramos tener al separarnos. Yo me quedaría en la Isla y el se marcharía a engrosar las filas de una revolución que en ese momento, parecía no haber poder que pudiera doblegarla. Desnudos contemplamos desde un balcón el mar rumoroso y el cielo estrellado confundirse en un horizonte imaginario.
La noche olía a salitre y a tierra húmeda, la brisa nos despeinaba y jugueteaba con el humo del cigarrillo de Rafael. En lo profundo de mi corazón había un presentimiento afilado que mi vida se detendría esa misma noche.  A lo lejos se veín muros trizados y sin estuco, ventanales rotos, tejas corridas, jardines mustios, la vegetación brotaba salvaje, agrietando paredes y corazones.
Ambos llegamos a esta tierra de lomajes suaves e inmensamente verdes, de cielos azules y gente alegre. Comenzaríamos una nueva vida, una nueva existencia con auténtico sentido de lucha y entrega a los intereses del pueblo; justicia, equidad y solidaridad. Yo seguiría con mis estudios de literatura y Rafael combinaría los suyos con el trabajo, gratuitamente por cierto ya que las puertas de las universidades estaban abiertas a todo su pueblo y a todo el que sintiera el llamado a combatir el embate imperialista desde el flanco intelectual.
La foto que usted menciona, la tomó el mismo Rafael el primer día de clases en medio de una marea bulliciosa y rojiza de banderas de la patria. Los discursos golpeadores y combativos, los fervorosos gritos de apoyo a la FEU, a la Revolución y al Comandante, hacían vibrar la tierra.
Al amanecer nos despedimos con un beso extenso y ojos llorosos. Yo sabía que su promesa de regreso, estaba condicionada por el éxito o el fracaso de las tácticas aprendidas en el Instituto Militar, y él podría ser uno de los que se esfuman dejando atrás una estela de misterio y silencio, sin que nadie se atreva a preguntar o a hablar de ellos.
Eran cientos de cubanos que abandonaban sus estudios y puestos de trabajo para marchar a África, donde la vida verdaderamente duele, como usted mismo dice. Combatientes voluntarios, muchos no retornarían en su intento por ser fieles al internacionalismo proletario, serviendo de abono en tierras lejanas.
El silbido de las turbinas de los aviones que transportaban a los soldados, podían oírse desde lejos por varios minutos. Uno tras otro abandonaban la isla. ¿Leyó ustde la novela De Ernest Hemingway?, ¿Por quien doblan las campanas?,  Rafel y yo la leímos muchas veces , "mientras uno de nosotros viva, viviremos los dos", era una de nuestras frases predilectas y así juramos mutuamente.
Meses mas tarde el Ministerio del Interior me notificó de la muerte de Rafael, no por respeto a su condición de voluntario, sino para disponer de sus beneficios y otorgarlo a otro servidor de la revolución, pensé que podría continuar construyendo los sueños de ambos, pero estos sueños han envejecido y se han resquebrajado hasta convertirse en estados etéreos de ausencia y miseria profunda.
Amigo Alberto, no me imagine usted en un paraíso o en un oasis, este es apenas un espejismo, aquí no caen los morteros, las granadas, ni despertamos con angustiantes sirenas de ataque, pero vivo entre quimeras desgastadas y descoloridas, aferrada a la brisa del mar que va y viene, pero que no lleva a ninguna parte. El sol sale y se esconde, sin que yo pueda acompañarlo en su fuga hasta el ocaso.
Me cuesta entender cómo hemos logrado sostener esta conversación epistolar, pero si parezco algo paranoica, es que aquí se las han arreglado para saber hasta qué soñamos, o simplemente por qué dejemos de soñar.
Agradezco la gentileza que ha tenido de narrarme las últimas horas de Rafael, puedo ver que como me lo prometió, siempre me llevó en su corazón. Créame amigo, que sus palabras llenas de esperanza, son la barca que me he negado a abordar. Tal vez hoy cuente con el valor para ir en busca de un último y atesorado sueño de libertad.
Siga usted en busca de sus sueños, tal vez algún día nos encontremos en la orilla de otra playa, de otro mar.

Fraternalmente Alicia.

PD. Guarde mi fotografía. El mundo no es tan grande y quizás pueda reconocerme. 

 

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